No habito tu mundo,
lo visito; y en ese atajo hasta ti, allá en esa frontera bordeando lo imposible;
voy como un viajero deambúlante, un peregrino incesante que llego con la esencia
de un largo recorrido.
Y en vórtice donde confluyen mi dimensión y la tuya; allí
donde solo yo se llegar. Al pie de la cornisa dejando atrás mis huellas que
borraran después el polvo. Siempre aguardas tú, sin querer quizá, como el sol que
cae ardiente y quema; eres inevitable.
¿Dónde queda el dolor
cuando sientes que se expresa de por medio el amor?
Ejemplar de rara
belleza que provienes de las más remotas estrellas, con tanta fuerza salvaje
que angustia a los ilusionados, pues no estas hecha para ojos terrenales ni sus
vicios carnales.
Dueles en el alma,
pues letal y asesina finges una barrera a
tu frialdad como un manso rio sin fondo, trampa de los valerosos de
actos suicidas.
Yo sin embargo; a la virtud de un corazón noble; pido tocarte,
sentir el cuerpo, templo de tu alma. Mas mi deuda karmika la llevo pegada en la
frente y no soy digno aun de tu verdad.
En la persistencia de
mi carácter, abrazo tu piedad y aquí ante tu amada presencia pondré la fuerza
de todas mis vidas anteriores.
Y ya para el fin de los
tiempos seguirás allí, yo podre visitarte una vez más, cada vez menos; hasta
que muera la ilusión y se asfixie el deseo. Pero antes del último aliento, me
anunciare con un ligero silbido en el viento ensayando el último de los
intentos.
s.c.r